domingo, 18 de diciembre de 2011

Sentir el cambio

Alguien dijo: "Cualquier tiempo pasado, siempre fue mejor".

Este blog llevaba mucho tiempo abandonado. Demasiado. Quizá porque su existencia ya no era tan urgente como antes. Quizá porque han cambiado mis necesidades y mis valores. Sin embargo, hace poco, por alguna feliz coincidencia, recordé su existencia y le eché un vistazo. Me senté y me puse a leer mis propias palabras, salidas de una mente totalmente distinta a la que hoy escribe, en unas circunstancias totalmente distintas a las que hoy vivo. Recordé muchas cosas, cosas que ya había olvidado. Sensaciones, situaciones y... sentí nostalgia.

No la sentí por el hecho de haber leido las entradas. A decir verdad, llevo tiempo echando de menos los viejos tiempos. Y, al mismo tiempo, me preguntaba a mí mismo... ¿por qué? ¿acaso estoy idealizando el pasado para pensar que alguna vez estuve bien? ¿qué me hace echarlo de menos?

Los tiempos en que escribí las anteriores entradas fueron difíciles. Viví muchos cambios y situaciones que desconocía. Mi día a día lo componía, prácticamente, el trabajo como única actividad, llegar a casa rendido y dormir. Era horrible. Maravillosamente horrible. Acostarme exhausto, cerrar los ojos y pensar... me he ganado dormir bajo este techo esta noche... es algo que no puedo explicar.

Antes de ello, mi vida era como la de cualquier estudiante de clase media, tenía tantísimo tiempo y hacía tanto lo que me daba la gana que no lo valoraba en absoluto. Llegué al trabajo y... sí, fue algo duro. Aún se me pone mal cuerpo al recordarlo. He llegado a estar vomitando en el baño de puro agobio y presión. Pero, sin embargo, si pudiera volver a atrás, desde luego que volvería a coger ese trabajo. Y ese sentimiento... ¿de dónde viene?

Me lo he preguntado muy a menudo últimamente. Si analizo mi vida, mi situación, siendo sincero conmigo mismo, diría que era más feliz antes. Lo pasaba muchísimo peor, sí, pero era mucho más feliz, sin ningún tipo de dudas. Porque, cada día, a cada hora, sentía. Sentía agobio, presión, enfados, tristeza, anhelo por llegar a casa, alegría por los pequeños detalles, orgullo por lo que estaba haciendo. Creo que, en los cinco meses que duró esta etapa, no hubo un día que no sintiese todo eso. Todo eso me hacía sentir vivo.

Hoy en día, vuelvo a ser estudiante. Un estudiante de disciplina muy relajada, además. Me siento como una carga en casa, donde no aporto nada y cojo mucho. Siento que no estoy haciendo nada de provecho para nadie. Pero, lo peor de todo, sin duda, es que siento... nada. Mi vida es la más tranquila del mundo. Ya no me agobio, ni lloro de la presión, ni me emociono al ver que mi madre me ha dejado la cena en el microondas. Quizá por eso, cada vez que aparece algún resquicio de posibilidad de sentir en mi vida, un pequeño brote verde, lo acaparo y lo exprimo con ansia hasta que lo aplasto y lo echo a perder. Hoy en día, pocas cosas me hacen sentir vivo.

Esto no implica que quiera volver al tiempo anterior, pero... sí que lo aprecio muchísimo, porque me ha ayudado a madurar. Me ha enseñado a valorar las cosas, a escoger mejor mis prioridades y a ser mucho más empático con la gente que me rodea. Es una de las épocas más importantes en mi vida hasta ahora, sin duda, y estoy seguro de que en el futuro la recordaré así y estaré agradecido.

Como siempre, la virtud está en el punto medio. Algún día lo encontraré.

Esta entrada ha sido muy personal y, por tanto, poco interesante para la gran mayoría de personas. Espero retomar las publicaciones con cosas más interesantes y discutibles... ¡perdón por el tostón, pero se hacía necesario para volver!

sábado, 30 de julio de 2011

Límites

Keith Chesterton dijo: "El juego de ponerse límites a sí mismo es uno de los placeres secretos de la vida".

Podríamos discutir si es realmente un placer oculto o no, pero lo que está claro es que es algo más que habitual y que coarta nuestra verdadera voluntad. Algo muchas veces irracional y que nos ha sido impuesto poco a poco, ya sea por los demás o simplemente por nuestro subconsciente. Porque, si repites mil veces una mentira, se acaba convirtiendo en verdad.

Había una vez un elefante que, desde pequeño, vivió en un circo. Para mantenerlo controlado, le ataron una soga a la pata y amarraron la misma a una pequeña estaca previamente clavada en el suelo. Para el pequeño elefante era imposible zafarse de ella, así que se rindió y asumió que era demasiado para él. Con el tiempo, el elefante fue creciendo, hasta ser un adulto, un animal enorme. Sin embargo, seguía atado exactamente a la misma estaca, una pequeña estaca que podría arrancar con un sólo movimiento de pata. Pero, aún así, no lo hacía. ¿Por qué? Porque era imposible. No realmente, claro, pero su mente le decía que así era. Para él, estaba claro que la estaca le había superado y que cualquier intento sería inútil, puesto que no sería capaz de ello.

Nosotros tenemos cientos de estacas en nuestras vidas, estacas que no son tan grandes como pensamos y de las que podríamos librarnos con un poco de fe y confianza. Sin embargo, nos autoimponemos unas limitaciones y nos negamos a salir de ellas. Muchas veces, como dije en anteriores entradas, por miedo.

Hay veces que tenemos una certeza absoluta de que vamos a fallar. Pero nos equivocamos. Igual que el elefante. Quien no arriesga, no gana.

domingo, 10 de julio de 2011

Falsos tesoros

Alguien dijo una vez: quien tiene un amigo, tiene un tesoro.

No es que quiera llevarle la contraria, ni mucho menos, pero habría que matizar esa frase. No todo lo que parece un tesoro lo es, ni tampoco un amigo, por supuesto.

Y es que, a veces, consideramos las cosas demasiado a la ligera. Por muy atractivo que nos parezca, un billete de 500 euros no es, ni de lejos, un tesoro, aunque a menudo lo veamos como tal. Un billete es, al fin y al cabo, volátil. Nos puede ayudar a cubrir un par de necesidades, pero rápidamente se esfumará. Lo mismo ocurre con los "amigos". Las palabras se las lleva el viento. Qué bien me caes, llámame para lo que sea... mentira.

Un amigo es aquel que te coge el teléfono a las 1:30 de la madrugada de un día laborable y aguanta tu bajón el tiempo que haga falta, no el que te invita a dos copas. Un amigo es el que te aconseja, te escucha y se preocupa por tu estado, no el que te cuenta dos chistes. En definitiva, un amigo es aquel que siempre está ahí, por muy mala que sea la situación. A menudo, se da uno cuenta de que la mayoría de "amigos" salen despavoridos cuando las cosas van mal a esperar que capee el temporal, en lugar de aguantarlo contigo.

Dicho esto, vuelvo a matizar mis palabras. Sí, un amigo es el que está en los momentos malos. Pero eso no significa que los momentos buenos sean sólo para los "amigos". Hay cierta gente que, por lo visto, hace esa distinción. Cuando están en un momento malo y necesitan ayuda, llaman a sus amigos, los que saben que no van a fallar. Sin embargo, cuando al día siguiente todo está bien y quieren estar un rato de guasa, llaman a sus "amigos". Pues no, las cosas no funcionan así.

Es una situación que ocurre muy a menudo. A veces me da por pensar: pues por mi parte hasta aquí, la próxima vez que se encuentre mal, que llame a alguno de sus "amigos", que por lo visto molan más. Obviamente, lo pienso y nada más, porque nunca le daría la espalda así a alguien, no sería capaz. Pero no es nada agradable ayudar a una persona de forma desinteresada y con todos los medios que están en tu mano, para que, al día siguiente, salga por ahí y ni se acuerde de que existes.

A veces creo que me gustaría ser peor persona. Tener la frialdad suficiente para decir: no, no estoy para lo bueno, pues para lo malo tampoco, búscate otra vía. Sin embargo, soy como soy y supongo que son gajes del oficio.

Sólo me cabe decir, que de poco me sirve que me des las gracias con toda la efusividad del mundo, pues, aunque no quisiera despreciar nada, no busco una palmadita en la espalda a la hora de prestar mi ayuda a alguien. No quiero que me agradezcas nada. Quiero no ser el último mono a la hora de la verdad. Ahora tienes la cartera rebosante de billetes. Veamos cuando los gastes todos.

domingo, 26 de junio de 2011

Dormir bien

Alguien dijo alguna vez: "no es más rico el que más tiene, si no el que menos necesita".

Quien lo dijo por primera debía ser realmente feliz, no lo dudo. Estoy bastante de acuerdo con él, aunque pueda parecer una forma de autoconvencerse y conformarse. Sin embargo, no siempre existe un equilibrio entre lo que tienes y lo que necesitas. Y no sé si es que tengo muy poco o necesito demasiado. En cualquier caso, tampoco pido tanto.

Hace un par de semanas, ocurrió algo que me hizo sonreir y sentirme bien. Terminé bastante tarde de trabajar y llegué a casa bastante cansado, así que me fui directo a la ducha. Tan cansado estaba, que no recordé que había metido a lavar mi albornoz esa misma mañana, y no me di cuenta hasta que salí de la ducha. Sin embargo, encima del lavabo, había una toalla. Mi madre, que llevaba ya un par de horas durmiendo, había pensado que la necesitaría y la había dejado ahí para mí.

Quizá parezca una tontería, pero esa noche dormí, por primera vez en semanas, bien.

Al fin y al cabo, antes o después, cada uno tiene lo que se merece. Y lo único que podemos hacer, es resignarnos y tratar de hacer más méritos para tener algo mejor. Para que, el día que falte el albornoz, haya allí una toalla.

Tampoco pido tanto.

sábado, 18 de junio de 2011

Mentiras recurrentes

Albert Einstein dijo: "si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo".

Parece una idea evidente e indiscutible. Tanto, como el hecho de que la contravengo demasiado a menudo. Para fracasar estrepitosamente, claro.

A veces, nos inhibimos a nosotros mismos, nuestros sentimientos, nuestros problemas, nuestros amores y fobias. Hay amores que se mantienen en un silencio unilateral para siempre y fobias que jamás son desveladas. Siempre pensé que no había razón para ello, pero, como tantas otras veces en el pasado, el tiempo me ha quitado la razón con un concepto de peso: el miedo.

Hay algo de lo que siempre he estado convencido, o al menos de lo que he tratado de convencerme: jamás debes temer fracasar. Me refiero a algo que emprendas o realices, en definitiva, algo que dependa de tí mismo. El resultado no tiene por qué ser blanco o negro (ni mucho menos, aleatorio), si no que la tonalidad de gris dependerá directamente de tí. Habrá salido de tu paleta.

Creo firmemente que llevo esta idea al día y la pongo en práctica. Sin embargo, hay algo que no puedo controlar, y es, precisamente, eso: temer aquello que escapa a mi control. No hablo en general, ni muchísimo menos, pero hilando este concepto con lo que hablaba al principio consigo explicar la razón. Mi razón para inhibirme a mí mismo. La razón por la cual tengo cosas que ocultar es el miedo a lo que pueda ocurrir, a la reacción de mi entorno, que es incontrolable para mí, en caso de que se desvelen esas cosas. Probablemente, es una razón cobarde. Probablemente, el resultado sería distinto al que temo. Probablemente, me sentiría liberado si dejase salir todo.

Probablemente, jamás lo haré.

Todos tenemos cosas que ocultar. Yo soy un cobarde, pero tú piensa... ¿cuál es tu razón?