sábado, 30 de julio de 2011

Límites

Keith Chesterton dijo: "El juego de ponerse límites a sí mismo es uno de los placeres secretos de la vida".

Podríamos discutir si es realmente un placer oculto o no, pero lo que está claro es que es algo más que habitual y que coarta nuestra verdadera voluntad. Algo muchas veces irracional y que nos ha sido impuesto poco a poco, ya sea por los demás o simplemente por nuestro subconsciente. Porque, si repites mil veces una mentira, se acaba convirtiendo en verdad.

Había una vez un elefante que, desde pequeño, vivió en un circo. Para mantenerlo controlado, le ataron una soga a la pata y amarraron la misma a una pequeña estaca previamente clavada en el suelo. Para el pequeño elefante era imposible zafarse de ella, así que se rindió y asumió que era demasiado para él. Con el tiempo, el elefante fue creciendo, hasta ser un adulto, un animal enorme. Sin embargo, seguía atado exactamente a la misma estaca, una pequeña estaca que podría arrancar con un sólo movimiento de pata. Pero, aún así, no lo hacía. ¿Por qué? Porque era imposible. No realmente, claro, pero su mente le decía que así era. Para él, estaba claro que la estaca le había superado y que cualquier intento sería inútil, puesto que no sería capaz de ello.

Nosotros tenemos cientos de estacas en nuestras vidas, estacas que no son tan grandes como pensamos y de las que podríamos librarnos con un poco de fe y confianza. Sin embargo, nos autoimponemos unas limitaciones y nos negamos a salir de ellas. Muchas veces, como dije en anteriores entradas, por miedo.

Hay veces que tenemos una certeza absoluta de que vamos a fallar. Pero nos equivocamos. Igual que el elefante. Quien no arriesga, no gana.

domingo, 10 de julio de 2011

Falsos tesoros

Alguien dijo una vez: quien tiene un amigo, tiene un tesoro.

No es que quiera llevarle la contraria, ni mucho menos, pero habría que matizar esa frase. No todo lo que parece un tesoro lo es, ni tampoco un amigo, por supuesto.

Y es que, a veces, consideramos las cosas demasiado a la ligera. Por muy atractivo que nos parezca, un billete de 500 euros no es, ni de lejos, un tesoro, aunque a menudo lo veamos como tal. Un billete es, al fin y al cabo, volátil. Nos puede ayudar a cubrir un par de necesidades, pero rápidamente se esfumará. Lo mismo ocurre con los "amigos". Las palabras se las lleva el viento. Qué bien me caes, llámame para lo que sea... mentira.

Un amigo es aquel que te coge el teléfono a las 1:30 de la madrugada de un día laborable y aguanta tu bajón el tiempo que haga falta, no el que te invita a dos copas. Un amigo es el que te aconseja, te escucha y se preocupa por tu estado, no el que te cuenta dos chistes. En definitiva, un amigo es aquel que siempre está ahí, por muy mala que sea la situación. A menudo, se da uno cuenta de que la mayoría de "amigos" salen despavoridos cuando las cosas van mal a esperar que capee el temporal, en lugar de aguantarlo contigo.

Dicho esto, vuelvo a matizar mis palabras. Sí, un amigo es el que está en los momentos malos. Pero eso no significa que los momentos buenos sean sólo para los "amigos". Hay cierta gente que, por lo visto, hace esa distinción. Cuando están en un momento malo y necesitan ayuda, llaman a sus amigos, los que saben que no van a fallar. Sin embargo, cuando al día siguiente todo está bien y quieren estar un rato de guasa, llaman a sus "amigos". Pues no, las cosas no funcionan así.

Es una situación que ocurre muy a menudo. A veces me da por pensar: pues por mi parte hasta aquí, la próxima vez que se encuentre mal, que llame a alguno de sus "amigos", que por lo visto molan más. Obviamente, lo pienso y nada más, porque nunca le daría la espalda así a alguien, no sería capaz. Pero no es nada agradable ayudar a una persona de forma desinteresada y con todos los medios que están en tu mano, para que, al día siguiente, salga por ahí y ni se acuerde de que existes.

A veces creo que me gustaría ser peor persona. Tener la frialdad suficiente para decir: no, no estoy para lo bueno, pues para lo malo tampoco, búscate otra vía. Sin embargo, soy como soy y supongo que son gajes del oficio.

Sólo me cabe decir, que de poco me sirve que me des las gracias con toda la efusividad del mundo, pues, aunque no quisiera despreciar nada, no busco una palmadita en la espalda a la hora de prestar mi ayuda a alguien. No quiero que me agradezcas nada. Quiero no ser el último mono a la hora de la verdad. Ahora tienes la cartera rebosante de billetes. Veamos cuando los gastes todos.